domingo, 5 de junio de 2011

Enjoy London


No viste “Notting Hill”? Y… no, no la había visto, no tenía idea de qué me estaban hablando cuando me hacían esa pregunta.

De lo que sí tenía idea por aquel entonces,  era de que necesitaba un cambio, cerrar temas pendientes de mi vida laboral, dar un giro y confirmar mi sospecha de que cuando cambiás de laburo o te quedás sin él, se abre un universo infinito y se revela que lo verdaderamente importante está dentro de uno.

Otras cuestiones acerca de las que no dudaba, eran que tengo un esposo espectacular, un hijo perfilándose como un maravilloso ser humano y una amiga –Lourdes- de fierro.


Con este puñado de certezas, llegué con mi amiga a Londres, en mayo de 2009, con el propósito de caminarla como si se tratara de una rateada del colegio, de recorrer todas las ferias de ropa que quisiéramos, de ver todos los museos y pinturas y obras de arte que nos diera la gana, sin escuchar queja masculina alguna.

Antes de adentrarme en el diario de viaje, hago un paréntesis para contar cómo la fría simpatía  inglesa, que tan bien retrata Vinicius en su relato, se entrelaza con una de las experiencias más “enriquecedoras” que puede vivenciar el viajero en su periplo: la pérdida de su equipaje. Esto es, ni más ni menos, que nuestra intimidad, nuestra cuidada, preservada y meticulosamente rotulada intimidad, paseándose dentro de una valija de aeropuerto en aeropuerto, de bodega en bodega, de cinta en cinta, nómade e indefensa.

Fue por un evento de esta índole que, además, se pusieron a prueba 23 años de amistad entre mi amiga y yo, cuando, después de 18 horas de viaje, recién llegados al aeropuerto de Heathrow con enormes expectativas, sueños y  ganas, advertimos el extravío de la mochila de Lourdes (sí… las dos pendeviejas nos fuimos con mochilas al hombro… y qué?).

Y es precisamente en ese momento, cuando, aún frente a una interlocutora al borde del descontrol, que intentaba, simultáneamente, calmar a su compañera de aventuras damnificada y reclamar la aparición inmediata de sus pertenencias, aludiendo a la archi publicitada puntualidad y eficiencia anglosajona (por esas horas bastante devaluada, en nuestra opinión) decía, fue en ese momento cuando la fría simpatía inglesa del empleado de la aerolínea se manifestó, garantizándonos sin vacilación alguna y con una perfectamente dosificada sonrisa en su boca, que a medianoche recuperaríamos el equipaje, dando por terminado el tema e inhabilitándonos para el escándalo. Todo esto en el pintoresco marco de un duelo idiomático, que bien podríamos titular Shakespeare vs. Mrs. Margaret (pretensioso seudónimo de Margarita  Ledesma, mi teacher de la escuela primaria).

Así fue que, previa entrega de una pequeña valija conteniendo elementos de higiene y un ENJOY LONDON, por esas horas, de dudosa concreción, fuimos dar a La central de reservas de Hoteles, en la entrada del aeropuerto, donde reservamos habitación en el Hotel Rochester, en el que nos atendieron maravillosamente –en el marco de la mesura inglesa, se entiende- y disfrutamos de unos desayunos típicos y riquísimos.

Mi buena amiga es una mujer inteligente y previsora; inteligente, entre otras cosas, por ser mi amiga, of course! y previsora por la increíble cantidad de mapas y mapas complementarios, planos y planos anexos, itinerarios e itinerarios alternativos que desplegó descubriendo un trabajo previo de investigación digno de un Doctorado en Turismo y que señalaba: a) Lugares a visitar b) Lugares donde comer cercanos a los lugares a visitar c) Lugares donde comer cercanos a los lugares a visitar… que pudiéramos pagar! d) Posibles trayectos que nos  llevaran a los lugares a visitar y a los lugares donde… etc etc etc

Así, guiadas por esa especie de arcaico GPS de papel, tomamos la avenida Buckingham Palace Rd y llegamos al Palacio de Buckingham.

Y fue en ese lugar, en ese instante, en que comprendí cabalmente porqué se dice de Londres que es la ciudad más cosmopolita del mundo: frente a los maravillosos portales del palacio, miles de voces en miles de idiomas, miles de rasgos de miles de culturas, miles de costumbres de miles de civilizaciones, europeos, americanos, asiáticos y africanos, orientales y occidentales, compartíamos un mismo espacio, un mismo tiempo, tal vez, hasta una misma emoción. Allí estábamos, extasiados, sorprendidos, buceando en el inconciente colectivo, que nos hermana y supera toda diversidad: el joven Arturo arrancando la espada de la piedra, forjando su destino de Rey… la Reina de Inglaterra nombrando Caballeros del Imperio británico a John, Paul, George y Ringo… el agente 007 arriesgando su vida al servicio secreto de Su Majestad… Ema Peel y John Steed vengando crímenes sin perder la elegancia… el Rey Eduardo VIII abdicando al trono por amor… qué era Londres, qué era Inglaterra hasta ese mágico instante de estar ahí, respirándola, sino un manojo de hermosas leyendas y héroes que delinearon nuestras propias fantasías.

Frente al palacio, en los bellísimos jardines St James Park  , los londinenses se entregan a un paisaje verde, relajado, glamoroso, abstrayéndose de la ciudad que, consintiéndolos, accede a desaparecer y propiciar el tradicional pic nic de los manteles a cuadros rojos y blancos…

Exhaustas, felices, locas de la vida, emprendimos el regreso al hotel, previa cena en Victoria Station, unas sabrosísimas empanadas hindúes; nuestro primer día en Londres nos emborrachó el alma de sensaciones y aún no había terminado. A las tres de la mañana de nuestra primera noche londinense, creí escuchar el sonido del teléfono… no desperté hasta que Lourdes, que había respondido la llamada y bajado a la recepción, apareció con un prolijo paquete: sí, su mochila…

ENJOY LONDON nos dicen a los turistas los conserjes, los taxistas, los vendedores de ferias y los de mega tiendas… ENJOY LONDON… y quién podría negarse a esa aventura...?

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