lunes, 23 de enero de 2012

Llegar a Barcelona no siempre es sencillo


28 de mayo de 2009, cerca de las 14 horas. El tren se detuvo en la estación Lunel (Francia). Por los altoparlantes, y para complicar aun mas la comprensión del mensaje (todos sabemos que de lo dicho por esos aparatos sólo se entiende la mitad), alguien decía que había ocurrido un accidente. Guillermo, nuestro agente de viajes en Mar del Plata, nos había dicho: para qué viajar en tren si los aviones dentro de Europa cuestan tan baratos... Pero a nosotras nos encanta viajar en tren; tenés la posibilidad de caminar, ir y venir por los vagones, en otras palabras hacer un viaje dentro de otro viaje. Sin entrar en la cuestión del típico problema de movimiento relativo: Si un individuo se mueve a 2km/h -en la misma o en opuesta dirección- dentro de un tren que circula a 100Km/h, ¿a qué velocidad se mueve el viajero?, recorrer el tren se puede convertir en un rico intercambio con personas de distintos lugares, se podrían entablar conversaciones interesantísimas a lo largo de las pocas horas que duraría el trayecto en trenes tan veloces como los franceses...
Pero no fue el caso. Nuestra intención era ir desde Avignon a Barcelona. Esto fue planeado con tiempo, comprando los pasajes por internet, buscando la mejor relación horario/ precio. La combinación era la siguiente: Avignon-Montpellier -cambio de tren- Montpellier-Barcelona. Sencillo, en 7 horas haríamos un recorrido de 360 km y llegaríamos, por fin, a los brazos de Juan. Pero, como mencioné al comienzo, el tren se detuvo inesperadamente.
Pasaban los minutos y seguíamos allí. La pregunta del millón: ¿llegaríamos a la combinación de trenes de Montpellier? Eramos muchos los que teníamos la misma duda y, ante la falta de información, la gente comenzó a acercarse a los guardas para saber que pasaba. Velocidad del tren = 0 km/h. Velocidad del viajero = variable, pasando de 0 km/h (en espera de información) a x km/h (según la velocidad de los esquivos guardas). Con el correr del tiempo lo que era un accidente resultó ser una huelga y los 'chanchos' ya no sabían que decirnos.
Luego de algunas indecisiones y de infructuosas llamadas a Juan para avisarle que no llegaríamos en hora, varios nos subimos al tren con destino a Perpignan. Logramos ubicarnos en un compartimiento de seis asientos. Entre los presentes se encontraba una señora muy bien puesta, con algunos años, de la cual no recuerdo el nombre. Era suiza pero vivía con su marido en España, más exactamente en Girona. El comentario de todos era, por supuesto, la desinformación y la incertidumbre de saber cómo llegaríamos desde Perpignan a Barcelona. En el mismo compartimento convivíamos dos costarricenses, la señora suiza, una señora francesa, un muchacho tunecino y nosotras, argentinas. Un buen momento para una conversación interesante... Las circunstancias por las que todos estábamos allí eran diversas y cada uno fue contando brevemente la suya: los chicos costarricenses que venían de un campeonato de rafting en algún lugar de Europa, la señora suiza que contó algo de su vida, la señora francesa y el chico tunecino eran de pocas palabras. Hasta que en algún momento la señora suiza, que aun estaba enfadada por la huelga y los trastornos que toda huelga conlleva, deslizó un comentario sorprendente: No estamos en el tercer mundo para que sucedan estas cosas (no recuerdo si fueron exactamente estas las palabras pero esa era la idea). Sorprendente porque fue dicho frente a dos costarricenses, un tunecino y dos argentinas... Si eso no es tercer mundo... Algunos me dirán, si pudiste llegar a Europa, no estás en el tercer mundo. Y supongo que eso es lo que habrá pensado la señora, que un habitante del tercer mundo nunca podría estar sentado en ese compartimiento...

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