31 de Julio, en Salta capital. Al día
siguiente, toda América andina celebraría la ceremonia más importante: el
festejo a la Pachamama. No llegábamos ni a Yala (Jujuy), ni a San Antonio
de los Cobres (Salta), lugares conocidos por la envergadura de la celebración.
Entonces, fuimos directo a la oficina
de turismo para saber cuál era el mejor lugar en la ciudad y ser
parte de semejante ocasión. Seria en la plaza principal, frente al museo MAM?
En el cerro San Bernardo? O quizás en Cerrillos, donde los carnavales cobran
vida?
Con ojos de chicos ilusionados,
hicimos la consulta en turismo. Las empleadas se miraron y nos dijeron:
Ellas: no. Aquí no.
Nosotros: cómo que no...! Estamos aquí ,casi cerca del epicentro de la
celebración, cómo que no!?
Ellas: no….quizás en el cerro
Hasta que una de las chicas, en voz
baja nos dijo, Señora…mañana en Campo Quijano, a las 11.
Salimos sorprendidos y con el plano
de la ciudad en mano, que nos indicaba las atracciones más buscadas, pero de la
Pachamama...nada. Entonces se nos ocurrió ir al mercado San Miguel, si Salta
cobra vida en algún lugar, es allí. Ya habíamos pasado por la puerta y
notábamos como el ambiente por la celebración tomaba fuerza. Un lugar
especial, con pasillos angostos que llevan a un mundo casi
desconocido.
En todos los puestos, había miniaturas de casas, autos, panes, uvas, pequeñas, bandejas ya armadas con incienso, espigas de trigo y mirra, además de papel picado, serpentina, maíz y coca en hoja. Como si fuera navidad, la gente se amontonaba en busca de su mejor ofrenda. Lo necesario, vital e indispensable para que al día siguiente su agradecimiento y pedido a la Pachamama fuera recibido. Todo esto abrazado por cuanto aroma de especias se
les ocurra. Mezcla de pimienta, cúrcuma, canela, curry, clavo de olor, nuez
moscada y más pasillos con ofrendas, gente y vendedores de los puestos que,
como si fuera poco, ofrecen pócimas de todo tipo. Muchas pero muchas, mujeres
eligiendo y riendo, haciéndose cómplice por cada cosa que descubrían y compraban.
Algunas hablaban quechua, otras aimara, todo acompañado de muchas risas. En uno
de esos locales, nos acercamos a ver que nos dictaba la tradición comprar. Se
nos ocurrió en el medio del griterío preguntarle a una chica joven: Mañana
dónde podemos ir a presenciar la ceremonia? De golpe, el ruido ceso, y las
mujeres nos miraron. La chica consultada nos llevó a parte y nos dijo: Aquí en
la ciudad no…vayan a Campo Quijano…obviamente...así fue!
En todos los puestos, había miniaturas de casas, autos, panes, uvas, pequeñas, bandejas ya armadas con incienso, espigas de trigo y mirra, además de papel picado, serpentina, maíz y coca en hoja. Como si fuera navidad, la gente se amontonaba en busca de su mejor ofrenda. Lo necesario, vital e indispensable para que al día siguiente su agradecimiento y pedido a la Pachamama fuera recibido.