Habíamos ido a Tarragona en una tarde calurosa, a fines de mayo.
Caminamos sin rumbo, casi sabiendo que el Mediterráneo nos esperaba a la vuelta de cualquier esquina. Pero eso, no evitaba que estuviéramos aburridas.
Seguramente esa forma o espíritu de caminata nos llevaría a encontrar un tesoro inigualable, como en este caso, pero lo más importante ese día era "que estábamos aburridas".
Habíamos visto, catedrales magníficas, vitrales medievales, callejuelas tradicionales que invitaban a perderse en ellas, pero en lo personal no había logrado la vista conformar mi espíritu viajero.
Caminamos sin rumbo, casi sabiendo que el Mediterráneo nos esperaba a la vuelta de cualquier esquina. Pero eso, no evitaba que estuviéramos aburridas.
Seguramente esa forma o espíritu de caminata nos llevaría a encontrar un tesoro inigualable, como en este caso, pero lo más importante ese día era "que estábamos aburridas".
Habíamos visto, catedrales magníficas, vitrales medievales, callejuelas tradicionales que invitaban a perderse en ellas, pero en lo personal no había logrado la vista conformar mi espíritu viajero.